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Casi un tercio de los antibióticos recetados en Estados Unidos no son adecuados para la afección a tratar, muestra un nuevo estudio del gobierno federal.

«Pudimos concluir que al menos un 30 por ciento de los antibióticos que se dispensan en los consultorios médicos, departamentos de emergencias y clínicas de hospitales son innecesarios, lo que significa que no se necesitaba ningún antibiótico en lo absoluto», comentó la investigadora líder, la Dra. Katherine Fleming-Dutra.

Ese mal uso ha ayudado a fomentar el aumento de las bacterias resistentes a los antibióticos, que cada año infectan a dos millones de estadounidenses y acaban con las vidas de 23,000 de ellos, advirtió Fleming-Dutra, pediatra y epidemióloga de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU.

Lo más común es que los antibióticos se usen de forma inadecuada en el tratamiento de las afecciones respiratorias a corto plazo, como los resfriados, la bronquitis, el dolor de garganta, y las infecciones de los senos nasales y los oídos, informaron los investigadores.

«Más o menos la mitad de las recetas de antibióticos para afecciones respiratorias agudas fueron innecesarias», dijo Fleming-Dutra.

En este estudio, Fleming-Dutra y sus colaboradores analizaron más de 184,000 visitas de pacientes ambulatorios reportadas de 2010 a 2011 en una encuesta nacional sobre la atención médica. De las visitas de la muestra, en casi un 13 por ciento se recetaron antibióticos.

En 2011, en Estados Unidos se despacharon unos 262 millones de recetas de antibióticos, pero hasta ahora nadie sabía cuántas de esas recetas eran inadecuadas, comentó.

Para evaluar el mal uso de los antibióticos, los investigadores utilizaron las directrices nacionales sobre el tratamiento para buscar afecciones que nunca deben tratarse con antibióticos, como el resfriado común, el dolor de garganta provocado por infecciones virales y la bronquitis.

«Nadie debe recibir antibióticos para el resfriado común», enfatizó Fleming-Dutra. «Mejora sin antibióticos».

Los investigadores también incluyeron las infecciones bacterianas que se resuelven solas sin la ayuda de los antibióticos, como las infecciones de los senos nasales y de los oídos. En esos casos, los investigadores contrastaron con regiones que ya ejercían un buen control sobre los antibióticos como una referencia nacional sobre la frecuencia con que los antibióticos se deben utilizar para tratar esas afecciones.

En conjunto, las afecciones respiratorias agudas condujeron a 221 recetas anuales de antibióticos por cada mil personas, pero solo 111 de las recetas se consideraron como adecuadas para esas afecciones, apuntaron los autores del estudio.

Entre todas las condiciones, se emitió un estimado de 506 recetas de antibióticos al año por cada mil personas, concluyeron los investigadores. Se consideró que 353 de estas recetas fueron adecuadas.

Los hallazgos del estudio aparecen en la edición del 3 de mayo de la revista Journal of the American Medical Association.

Aunque los datos tienen cinco años de antigüedad, «si tuviera que adivinar, las cosas no serían muy distintas si observáramos el 2016», apuntó Sara Cosgrove, profesora asociada de enfermedades infecciosas y epidemiología de la Universidad de Johns Hopkins, en Baltimore. «En realidad no se ha dedicado mucho trabajo a mejorar el uso de los antibióticos».

Muchos de esos antibióticos mal utilizados probablemente se receten debido a un malentendido entre los médicos y los pacientes, planteó Cosgrove, autora de un editorial que acompañó al estudio.

«En realidad, cuando los pacientes piden un antibiótico, hasta cierto punto están pidiendo que por favor les den algo que les haga sentirse mejor», dijo Cosgrove. «Si sabemos que en realidad no es probable que un antibiótico ayude a la gente a sentirse mejor, podemos de cualquier forma ofrecer alternativas para el alivio de los síntomas que ayuden a la gente a sentirse mejor. Ambas partes debemos repensarnos las cosas».

Fleming-Dutra se mostró de acuerdo. «Los médicos creen que el paciente quiere antibióticos, y quieren que el paciente esté satisfecho con su atención, y eso con frecuencia lleva a los médicos a emitir una receta cuando no deberían», explicó.

«Es probable que se pueda satisfacer a la mayoría de pacientes sin antibióticos, aunque los esperen. Pero ayudar a todos a comprender qué es lo mejor bajo esas circunstancias conlleva más comunicación entre médico y paciente», concluyó Fleming-Dutra.

Para restringir el uso de antibióticos, Cosgrove apuntó a una solución muy sencilla evaluada por un estudio reciente: un póster en la sala de espera del médico que indique el compromiso de evitar el uso excesivo de antibióticos.

El póster se asoció con una reducción del 20 por ciento en las recetas de antibióticos, porque colgar el póster creó una «convicción» entre los médicos y ofreció a los pacientes una mejor comprensión sobre el tema antes de que entraran al consultorio, comentó.

«Cuando se produce la interacción entre médico y paciente, ya están de acuerdo», dijo Cosgrove.

También se podría requerir que los médicos justifiquen por escrito toda receta de antibióticos que emitan. «Tiene un impacto modesto, como un pequeño recordatorio de que quizá se deba sentir culpable al respecto y no hacerlo», dijo.

Los investigadores también están trabajando en pruebas rápidas que puedan distinguir entre las infecciones virales y las bacterianas, de forma que no se desperdicien antibióticos para tratar virus, señaló Cosgrove. Pero esas pruebas costarán más que los antibióticos baratos, y su desarrollo tardará.

«Es complejo, porque todos los humanos están colonizados por bacterias del tracto respiratorio. No se puede simplemente poner un hisopo en la boca y buscar bacterias, porque habrá», aclaró Cosgrove.

Esas pruebas tendrán que poder distinguir entre las bacterias «malas» y las que están de forma normal, dijo.

 

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