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La explicación científica al miedo que nos dan los payasos (aunque no sean asesinos)

payaso

 

Va a ser el disfraz de este Halloween: payaso asesino. Se trata de una moda que nos llega directa de EEUU, la de tipos disfrazados de payasos diabólicos que se dedican a asustar a todo aquel con el que se cruzan. Los vídeos con la broma han llenado las redes sociales y la situación ha comenzado a ponerse seria cuando algunos casos se han descontrolado y se han producido heridos.
La elección del inquietante disfraz no es casual. Los payasos, incluso aunque no intenten ser terroríficos, lo son para mucha gente. Caras pintadas con grandes sonrisas rojas, ropas de colores, zapatos grotescos, piruetas, chistes, golpes… Si los payasos parecen el compendio perfecto del humor inocente, ¿por qué nos dan tanto miedo? Tienen hasta su propia fobia, la coulrofobia, que no está oficialmente reconocida pero que da idea de lo común que es el miedo a los payasos.
Es algo que la ciencia también se ha preguntado. Un estudio publicado en la revista ‘News Ideas in Psychology’ sobre la naturaleza de la ‘creepiness’ (un término de difícil traducción, definido como la «ansiedad que causa la ambigüedad de si algo supone o no una amenaza y la dificultad de precisar qué tipo de amenaza podría suponer») preguntó a 1.341 voluntarios cuál era la ocupación que consideraban más inquietante.
Los payasos se llevaron la palma con el primer puesto de la clasificación, por encima de los taxidermistas, los dueños de ‘sexshops’ y los directores de funerarias.
Según los autores del estudio, hay varios factores que nos producen esa sensación de inquietud difícil de definir. Uno de ellos son las ocupaciones relacionadas con la muerte (la taxidermia o la organización de funerales tendrían que ver con esto) o con el sexo (ser dueño de una tienda de objetos sexuales); otro son los comportamientos impredecibles, en los que el individuo no expresa sus emociones tal y como estamos acostumbrados o mantiene un comportamiento corporal considerado como inapropiado.
De una u otra forma, algunos de estos factores se dan en los payasos.

Se conoce como efecto ‘valle inquietante’ (traducción de ‘uncanny valley’) a un fenómeno en el que un objeto tiene apariencia humana, pero no del todo, y por tanto produce una sensación de inquietud y malestar en quien lo observa. Las investigaciones hasta el momento señalan a una reacción refleja, algo inconsciente que no podemos evitar.
Ocurre con los robots humanoides muy bien conseguidos, ocurre con los títeres y los muñecos de un ventrílocuo, y ocurre en cierto modo con los payasos. La teoría apunta a que de alguna forma nos recuerdan a la muerte y a los cadáveres (sus caras son humanas, pero no se comportan ya como tal), algo que instintivamente evitaríamos como fuente de peligros, infecciones y enfermedades.
Las caras de los payasos son claramente humanas, pero no del todo: las enormes sonrisas rojas, los colores exagerados, los ojos grandes… No es lo que estamos acostumbrados a ver en nuestros congéneres. Además, el maquillaje mantiene la misma expresión en sus caras durante toda la actuación, de forma que no siempre se corresponde con una reacción normal a lo que ocurre (da igual que se acabe de estampar de bruces contra el suelo, la sonrisa roja sigue en su sitio). Y nuestro cerebro no maneja bien los estímulos contradictorios. Esto no hace más que aumentar nuestra inquietud.
Y no es solo la cara: nuestro cerebro es tremendamente sensible al lenguaje y el movimiento corporales, y extraemos de esos detalles una gran cantidad de información. Con sus andares patosos y sus caídas, los payasos distorsionan estas percepciones, y su mera existencia ya resulta incómoda para algunos.
Nunca sabes cómo van a reaccionar
A los seres humanos nos gusta saber qué podemos esperar de los demás: la costumbre y la empatía nos ayudan a anticipar las reacciones ajenas, y normalmente acertamos dentro de un rango determinado. Si alguien se sale de esos rangos, nos pone algo nerviosos y hace saltar las alarmas como alguien que podría convertirse en una amenaza.

La situación se intensifica si estamos en un contexto social, ya que a la amenaza del daño físico se une la de quedar en ridículo, ser juzgados o que nos tomen el pelo. ¿Cuánta gente evita sentarse en la primera fila en el teatro o en un espectáculo cómico por miedo a ser interpelado u obligado a salir al escenario?
Si unimos el efecto ‘valle extraño’ a la imprevisibilidad y al miedo que nos da convertirnos en el foco de sus bromas, la aversión a los payasos es bastante comprensible.
Malas experiencias infantiles
Nos empeñamos en que los payasos son el entretenimiento perfecto para los niños, pero quizá deberíamos pararnos a pensar en su punto de vista. Para ellos, no solo son humanos con características extrañas y cuyo comportamiento es imprevisible. Es que además son enormes. Teniendo en cuenta que muchas fobias provienen de malas experiencias durante la infancia, quizá deberíamos dejar de poner a los niños en primera fila de sus espectáculos.
Una cuestión cultural
A pesar de todo lo anterior, en muchos casos los pobres payasos no son responsables de las reacciones adversas que causan. A estas alturas, el del payaso terrorífico es un estereotipo implantado en la cultura colectiva: los payasos más famosos dan miedo, no risa, gracias entre otros a ‘It’, de Stephen King, o al personaje del Joker.

Igual que los tiburones sufrirán para siempre el sambenito que creó para ellos la película ‘Tiburón’, los payasos serán para muchos personajes inquietantes, aunque no hagan otra cosa que tropezar con sus zapatones y estamparse tartas en la cara los unos a los otros.

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