Hillary Clinton resistió este lunes los ataques de Donald Trump en un debate en el que ambos candidatos chocaron por sus visiones opuestas sobre la economía, la discriminación racial y la credibilidad de ambos para liderar la primera potencia mundial. En medio de una expectación mundial, ninguno cometió errores de bulto que puedan desequilibrar una campaña igualada. No hubo ninguna salida de tono mayúscula de Trump, que hizo un esfuerzo por contenerse. Pero Clinton logró ponerle a la defensiva al cuestionar sus credenciales como empresario, acusarle de racismo y poner en duda su temperamento para ser comandante en jefe.
Para Clinton, debatir cara a cara con Trump, era arriesgado. Trump, además de magnate inmobiliario, es una estrella de la telerrealidad y se siente cómodo en el pressing catch televisivo. Para Trump, enfrentarse por primera vez cara a cara con una política experimentada en este formato de debates, y confrontado con sus mentiras y exageraciones, también tenía su riesgo. El duelo de la Universidad de Hofstra, en Nueva York, terminó con más satisfacción en el campo demócrata que en el republicano, pero probablemente nada que suponga un vuelco en la campaña. Quedan 42 días de campaña y dos debates más.
Cada uno expuso sus credenciales, sin salirse del guión. Clinton, como una candidata con un dominio detallado de los temas, sin perder los nervios, sonriente durante buena parte de los noventa minutos que duró el duelo, y haciendo gala de su larga experiencia política. Trump, como un hombre de mensajes claros y sencillo sobre el libre comercio, el crimen o la política exterior que llegan a su electorado, formado en gran parte por hombres blancos de clase trabajadora.
“Ella tiene experiencia, pero es una mala experiencia”, dijo Trump al final del debate, después de que Clinton exhibiese su trayectoria como secretaria de Estado para contrastarla con el magro currículum del republicano.
“[El de Trump] no es el temperamento adecuado para ser comandante en jefe”, dijo Clinton en otro momento, tras contrastar sus esfuerzos para alcanzar un acuerdo diplomático con Irán con las bravatas de Trump ante los iraníes.
Ella le llamaba a él Donald. Él alternó entre “secretaria Clinton” y “Hillary”. Él aparecía crispado y serio; ella, con una sonrisa condescendiente, como si su oponente fuese un niño travieso y ella su madre o profesora.
Un argumento recurrente de Trump fue que Clinton lleva treinta años en política y ha fracasado; que su experiencia como hombre de negocios y novato en la política le permitirá resolver los problemas de EE UU; que la política exterior de Clinton fue lo que propició el ascenso del Estado Islámico. El republicano avanzó cuando expuso su discurso proteccionista en defensa de la clase obrera, de tribuno de los trabajadores desamparados ante el vendaval de la globalización, el cierre de fábricas y su traslado a países como México, que citó varias veces.
Tan llamativo fue lo que dijo como lo que calló. Apenas habló de inmigración, uno de sus temas estrella. Tampoco lanzó ningún insulto improvisado. No hubo un circo Trump, y esto ya es un pequeño éxito para los republicanos, que temían que una payasada de su candidato arruinase el debate. No fue un debate de groserías como lo fueros otros en las elecciones primarias del Partido Republicano.
En cambio, Trump tuvo que enfrentarse a un continuo ataque de Clinton por la falsedad de muchas de sus afirmaciones. Uno de los momentos más intensos ocurrió cuando la candidata demócrata insinuó que el republicano mantiene ocultas sus declaraciones de hacienda porque esconde que es menos rico de lo que dice, que no da dinero a la filantropía, que no paga impuestos o que cuenta entre sus deudores a extranjeros que le condicionarían si llegase a la Casa Blanca.
“Todo son palabras…”, replicó varias veces Trump retratar a Clinton como una política tradicional, poco fiable y eficaz.
A la pregunta de por qué durante años difundió la “mentira racista”, en palabras de Clinton, sobre el certificado de nacimiento de Barack Obama, Trump replicó con una confusa explicación que atribuía el cuestionamiento de la nacionalidad del presidente a colaboradores de Clinton.
“Donald», dijo Clinton en uno de los intercambios más vivos, «sé que vives en tu propia realidad”.
El mundo vio durante noventa minutos el contraste entre dos Estados Unidos, dos candidatos que provocan más rechazo que adhesión, pero ambos, a día de hoy, con opciones a la Casa Blanca.