azafatas

 

 

Lo has conseguido. Has llegado al aeropuerto. Has pasado el control de seguridad, donde te han hecho quitarte el cinturón, vaciar tus bolsillos y deshacerte de zapatos mientras pisas el frío suelo con un par de bolsas de basura en los pies. Has atravesado un centenar de tiendas ‘duty free’ hasta que, 20 minutos después, has conseguido llegar a la puerta de embarque. Atraviesas el ‘finger’ y ahí está la azafata, saludándote con la mejor de sus sonrisas. Lo sepas o no, estás pasando el último examen de seguridad.
No hay que ser un genio para comprender que los auxiliares de vuelo son los principales responsables a bordo del avión, y que de ellos depende la seguridad en el vuelo. De hecho, en su formación suelen figurar programas de defensa personal, una vieja reivindicación de estos trabajadores que tan solo recientemente se ha satisfecho. A miles de metros sobre el suelo, no hay espacio para ocultarse, correr o escapar si las cosas vienen mal dadas.
De ahí que cuando una azafata revisa tu billete y te da la bienvenida, también vigila si le vas a dar trabajo. Eso incluye también a niños, ancianos, enfermos u otros viajeros con necesidades especiales a los que tendrán que ayudar durante el vuelo. Como explica la azafata Janice Bridger, con 25 años de experiencia a sus espaldas, “aunque intento dar la impresión de que pretendo que te sientas bienvenido y cómodo, también te estoy evaluando detenidamente”.
Estas son, según ese pozo insondable de sabiduría –aeronáutica y de la otra– que es ‘Quora’, aquello a lo que las aeromozas (como dirían en América) prestan atención.
¿Me lo parece o estás haciendo eses?
Número uno y más importante, no hay un tipo de viajero más peligroso e inestable que el viajero embriagado… o si no, que se lo digan a Melendi o a Peter Buck. “Si alguien parece estar borracho, no le queremos en el avión”, explica Bridger. “El potencial para que dé problemas es demasiado grande”. Como explica otra azafata que firma con el hombre de Amar Rama, “en caso de que tengamos que evacuar el avión, el objetivo es hacerlo en 90 segundos, y no quiero arriesgar innecesariamente mi vida porque una persona borracha o drogada no colabore”.
Es posible que el viajero no esté borracho, pero que empiece a dar problemas desde un primer momento, faltando el respeto a la tripulación o enfrentándose a otros viajeros. Lo que mal empieza, mal acaba. Como señala Myriam Mimi, que lleva trabajando para Condor Flogdienst desde el año 1994, “es extremadamente importante evitar toda posibilidad de tener problemas sobrevolando el Atlántico, por lo que prefiero solucionarlos en tierra”.

Cuanto tu problema puede ser de todos
¿Un viajero es ciego, minusválido, tiene problemas de movilidad o no conoce tu idioma? La azafata lo debe identificar pronto, para evitar que se siente en uno de los pasillos de evacuación. En caso de accidente de emergencia, dificultaría la salida del resto de viajeros: Bridger recuerda que este pasajero debe ser capaz de levantar un gran peso si ha de ser él quien abra la puerta y va a tener que acatar las órdenes que la tripulación le dé (de ahí lo del idioma).
Es importante tener localizados a estos pasajeros en caso de que ocurra algo grave, puesto que mientras el resto puede salir por su propio pie, estos necesitarán ayuda. Los auxiliares de vuelo deben cumplir a rajatabla la máxima de “nadie queda atrás”. Amar Rama explica que “si un pasajero no puede desplazarse por sí mismo, le pregunto cuál es la mejor manera para moverle sin hacerle daño en caso de emergencia”. Un tanto alarmante, pero más vale prevenir…
Cabe otra posibilidad, que el viajero parezca presentar una enfermedad contagiosa. Rama recuerda que en un espacio tan cerrado es fácil transmitir un virus al resto de viajeros (que, además, pueden presentar condiciones de salud muy diversas). La azafata recuerda que una vez pasó un mes de baja debido a “una terrible enfermedad” que cogió durante un vuelo. En caso de que el viajero presente problemas de salud o parezca estar indispuesto, es mejor solucionarlo en tierra que “a 10.000 metros sobre el suelo, donde las posibilidades de intervenir son reducidas”. Bridger añade que la tripulación tiene la potestad de negar la entrada a un pasajero cuya condición de salud no sea buena.
Los auxiliares de vuelo son formados en primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar, pero no son médicos. De ahí que aunque puedan ayudar en un momento crítico no tengan la capacidad de un facultativo para diagnosticar el origen una crisis repentina, especialmente si el viajero no ha especificado su situación con anterioridad.
Con esa maleta no entras
No falla. Si no se ha revisado en la puerta de embarque, en cada vuelo hay un puñado de pasajeros que intentan hacer pasar por la puerta del avión equipaje que no entra ni en los compartimentos superiores ni mucho menos debajo del asiento de delante, o que es demasiado pesado. Rama recuerda que eso puede lesionar a los auxiliares, y nadie desea que esto ocurra, porque habrá que buscar rápidamente un sustituto y, si no es así, el vuelo será cancelado. De ahí que la mayoría de aerolíneas especifiquen también el peso máximo de las valijas que se transportan a la cabina.

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